En 1996, tangencialmente inspirado en el Paisaje Humano, de Silo, me dediqué a desarrollar algunos tópicos que me parecieron de interés y que no encontré mencionados en dicha obra. Es más, su instigación a desarrollar cuestiones por los propios medios me envalentonó y así abordé temas tales como la del cuarto poder, la razón, la ecología y algunos otros, tal como la revolución que motiva esta entrada.
Es claro que no pude dejar de transformar el tema en una cuestión liviana matizada por un trasfondo entre zumbón y campechano.
Para algunas personas es cuestionable que se traten con un talante tan confianzudo tópicos tan serios, por lo que tienden a encasillar este tipo de escritos en el rincón de las tonterías o de las humoradas de dudoso gusto. Sobre gustos hay mucho escrito pero nada que pueda considerarse definitivo o que uno diga "¡acá está, esto es!", por lo que considero refutada esta objeción.
Otros señalan que no se puede resumir en pocos párrafos desarrollos de altísima complejidad histórica y que todavía son objeto de controversia cultural y política. Estimo que no les falta razón pero en mi descargo considero que la falta de ganas es un argumento bastante sólido para justificar porqué no se han encarado las cosas de otro modo.
Por último, aunque hay una lista mayor de objeciones a las que no pienso darles prensa, algunos censuran el hecho definido como "hablar como si se supiera", que creen adivinar en estos escritos. Por una parte creo que eso está encuadrado en lo de "zumbón y campechano", pero si una porción no cupiera ahí, recuerdo que muchos son los que se expresan así. Y siendo las cosas de esta manera, ¿por qué habrían de discriminarme justo a mí, que soy yo?
Bien, despejada la turba de objetores, lo que sigue está destinado a los fieles lectores que, sin ninguna forma de crítica, simplemente se dedican a apreciar estos desarrollos, como claramente puede advertirse en los comentarios a las entradas donde no se registra una sola crítica, objeción, malestar o bostezo.
"La revolución
Durante
los siglos XVIII y XIX se produjeron, al menos en lo que conocemos
hoy como occidente, un montón de revoluciones.
Para
que esto suceda se dieron una serie de factores coincidentes, pero
fundamentalmente el hecho de que la riqueza adquirida (mal habida,
por supuesto) durante toda la época de los descubrimientos y las
colonizaciones terminara por formar una cantidad bastante importante
de comerciantes e industriales prósperos. Estos vieron que
alimentaban los estómagos y los caprichos de una casta que estaba
totalmente al cohete y poco a poco comenzaron a acariciar un deseo
bastante intenso de sacársela de encima.
Hubieron
también ciertos factores subjetivos que los mismos implicados
siquiera se atrevían a formular. Entre ellos el hecho de que,
internamente, ya se habían pasado a degüello al famoso “derecho
divino” que había fundamentado durante siglos la existencia de la
realeza y de todos los zánganos que rodeaban el fenómeno.
Además,
la prosperidad material proporcionaba satisfacciones que la
espiritualidad prometía pero no cumplía, por lo que nuevos dioses
se perfilaban en el firmamento.
Cuando
estos señores se vieron libres de tanto rey y pavada semejante, o
cuando los dejaron reducidos a figuritas decorativas, se dedicaron
con mayor intensidad y entusiasmo a sus actividades preferidas,
comerciar, producir, esquilmar y ganar mucho dinero.
Para
todo esto sacaron a la gente del campo y se la llevaron a la ciudad
donde tenían sus fábricas y comercios. Como ellos eran los nuevos
amos, pusieron las condiciones que se les cantó. Y así como fueron
puntillosos en reclamar y defender sus propios derechos, también
fueron exhaustivos en minimizar los de aquellos que servían de
fuerza de trabajo en sus emprendimientos.
Claro,
todo esto no fue aceptado con beneplácito por los implicados y,
muchas veces inspirados por gente que no trabajaba pero pensaba
mucho, empezaron a protestar y a querer armar revueltas, despelotes y
revoluciones.
Todo
esto no prosperó mayormente en lo inmediato, pero palmo a palmo se
fueron ganando derechos, se fueron armando sindicatos, mutuales,
partidos que defendían y representaban a los trabajadores y que se
planteaban dialécticamente, como les gustaba a ellos, frente a la
burguesía, como llamaban a los otros.
Esto
no fue tan rápido como lo estamos contando ni tan tranquilo como se
podría deducir del tono que estamos utilizando, pero bueno, no
estamos intentando un revival
ni
una descripción que quite el sueño a la gente impresionable.
Todo
este proceso se sintetizó en la revolución rusa del año 1917.
Habíamos comenzado por una dictadura de la nobleza por derecho
divino, pasamos a una dictadura de la burguesía por derecho
monetario y ahora estábamos en una dictadura del proletariado porque
nos manoteamos el poder y así lo decidimos.
Claro,
las cosas fueron así en términos generales porque, en realidad se
pasó de la Rusia casi feudal a la Unión Soviética comunista, sin
mayor lógica histórica. Pero no viene al caso, la historia, si es
lógica, lo es a su manera y no a la manera del capricho de cualquier
nene de mamá que se crea el non
plus ultra
del pensamiento universal. Así que así las cosas.
El
surgimiento de la Unión Soviética no fue bien tomado por la
susodicha burguesía que poseía el resto de los países que
existían, por lo que la contra que tuvo esta primera experiencia
socialista fue bastante intensa.
La
segunda guerra mundial, una disputa entre pistoleros del mismo bando,
distrajo la atención sobre este tema. Ya parecía que los soviéticos
se iban a ver aparte del asunto cuando a Hitler, por un mal
movimiento que efectuó mientras esquiaba en los Alpes austríacos,
se le desplazó el vidrio que tenía enquistado en el cerebro y
decidió correr la misma suerte que antes había sufrido los
caballeros teutónicos, decidió invadir Rusia. Como era verano y
hacía un tiempo que no existían ni la monarquía ni Alejandro Nevski
ya no corrían el peligro de naufragar en el lago Neva. El plan era
perfecto, como corresponde a la capacidad planificadora prusiana que
no deja detalle librado al azar.
El
tercer reich contaba con un ejercito bastante rabioso y peleador, con
una industria bélica chocha con las ganancias y con suficiente
hierro y carbón como para construir diez tanques para reemplazar a
cinco perdidos en batalla. Además los militares nazis habían
elaborado unas tácticas de guerra bastante novedosas que dejaban en
ridículo a generales gordos formados en la guerra de trincheras.
Lo
que estos prusianos no elaboraban (más en sentido psicoanalítico
que industrial) era la fuerte vocación por el desastre que los
animaba, embozada en una soberbia que no se entendía bien a qué
venía.
Esta
soberbia los llevó a confundir mapas con territorios y se lanzaron a
la conquista del monstruo en un tiempo máximo de, según sus
cálculos, tres meses. Estos cálculos fallaron y todavía andan por
ahí preguntándose en qué se equivocaron o diciéndose a sí
mismos: ¡Si no hubiésemos invadido Rusia!.
Pero
bueno, lo hecho, hecho está. Allí se quedaron empantanados no sé
cuanto tiempo y el frente oriental, como lo llamaban, se los fue
devorando de a poco hasta que se les cayó el walhalla en la cabeza.
Después
de estos episodios lamentables, el mundo conocido quedó dividido en
dos bloques. Uno de ellos bastante monolítico, aparentemente, y el
otro con muchas contradicciones internas.
En
este último, inspirada por no se qué e instigada por el otro
bloque, comenzó a darse una correntada revolucionarista,
especialmente a partir de la década del ´60 y fundamentalmente
nutrida por las nuevas generaciones.
Empezó
una época desigual en sus producciones y confusa en sus objetivos,
en la que la palabra revolución fue moneda corriente y donde el que
no era revolucionario no ligaba una mina ni por joda.
Todo
esto fue tomado muy en serio por la burguesía llevada al abstracto
por un poderío económico como nunca antes se había visto en la
historia (hasta después) y merced a ello comenzó una represión
acorde.
La
primera etapa de ese revolucionarismo fue casi festiva, pero cuando
la respuesta comenzó a ser más brutal y despiadada, la cosa se tiño
de negro. El romanticismo inicial cedió ante necesidades más de
tipo militar y éstas a su vez cedieron ante la necesidad de salvar
el pellejo.
Entrados
ya en la década del ´80 fue más o menos evidente que los ímpetus
revolucionaristas habían perdido terreno, que si hubo una guerra fue
ganada por el bando enemigo y que había que batirse en retirada,
cosa que las nuevas generaciones hicieron en masa sin necesidad de
consigna alguna que las animara.
Así,
el día que se derrumbó el muro de Berlín, sus trozos de concreto
terminaron por sepultar las ideologías que, de acuerdo a ciertos
análisis, ya estaban muertas hacía un rato, y pudo decretarse sin
mucha pompa el fin de la historia.
Hoy
en día nadie piensa en hacer ninguna revolución. El imperio se ha
extendido por doquier contemplando su extensión con soberbia
ganadora. Los derechos que demoraron siglos en conquistarse se
desmontan con un plumazo, tomándose solamente algunos recaudos
policiales por si hubiera alguna revuelta. Los antiguos
revolucionarios oscilan entre sus necesidad de tener alguna obra
social y sus estudios referentes a si la derrota de la Unión
Soviética se dio en el campo político o en el económico. A nadie
le quedan dudas de que el capitalismo ha ganado ampliamente y a lo
sumo lloriquean para que se digne ser un poquitito más humano.
Alguno que otro dedica sus esfuerzos a la moralización de la
administración pública, denunciando la corrupción de algún
funcionario de segunda carente de doctorado en Harvard.
Los
sindicatos debilitados por el crecimiento de la desocupación ocupan
sus ocios en hacer silencio para que no terminen de hacerlos pelota.
Los
pensadores se pasaron en masa al postmodernismo y a cualquier forma
de cinismo que sobrevuele la zona con tal de publicar algo a la moda,
como para seguir puchereando.
El
arte, otrora comprometido, se ha transformado en un altar al ombligo
de un chabón pretensioso y aburrido. Podemos decir que, sin mucho
margen para la duda, ya no existe el arte, lo que existen son tipos
disfrazados de algo. ¿Qué cómo puede ser esto?. No se, pero es
así.
Ahora
ya todos son neoliberales. Justo ahora que en el frente neoliberal
cunde el pesimismo y se aproxima el desbande. Se esperaba que los
bonos basura, las manganetas con deudas externas, los ataques a
monedas y las diversas fórmulas para sacarle el jugo a la gilada
dieran fantásticas ganancias pero no que patearan el tablero.
El
tablero no se cayó, tampoco está firme, se está cayendo.
Parafraseando al demente de los grandes bigotes: Nadie se enteró que
el dinero ha muerto. Es porque su muerte todavía está ocurriendo.
La
gente, generalizando excesivamente, está bastante boleada. Anda de
acá para allá con un dolor que le parte la cabeza, ocupada como
está entre estar repodrida de todo y tratar de sostener este sistema
que ojalá se caiga, pero no todavía.
Miles
de millones de personas forman una inmensidad de subjetividades ignoradas.
Ignoradas entre ellas y por aquellos que están en el centro de la
escena. ¿Adonde va cada una de ellas?. Quién lo sabe. Ya nadie
señala un rumbo, los valores, todo el mundo sabe, no valen el metal
en que están acuñados. El silencio campea. Estos miles de millones
están marginados, ahora o en el futuro, están marginados de todo
proyecto, de toda transformación, de toda superación. Todo el
tiempo es hoy y mañana andá a saber.
Cada
uno de ellos siente y sabe que, un poquito cada día, está perdiendo
la razón, la cordura y otros atributos de contención. Tal vez
ninguno sepa qué es lo que está tolerando, pero cada uno sabe que
eso le está resultando cada día más intolerable.
En
el gran caldero aumenta la temperatura. Una pizca más de esto, una
pizca más de aquello y pronto estará a punto.
Ya
llegará el momento en que nos libremos de tanto liberalismo, sea neo
o no, y todo el mundo empiece a ser puesto en filas ordenaditas a
punta de sopapo. No hay que ser impaciente, todo llega, y una
historia mecánica tiende a proceder en sus mecanismos con una
disciplina y una obediencia que te dejan pasmado.
Claro
está, si es que no sucede alguna otra cosa que reviente las reglas
de cálculo, ábacos, calculadoras y otros artificios de cómputo.
Pero hay buenas noticias para los les gusta el tema de
las condiciones, están todas dadas para que se produzca una
verdadera revolución. Aunque nunca falta el que, cuando imagina condiciones revolucionarias, piensa en otra cosa, algo así como banderas al viento y todo el poder a los soviets. Pero estas son cosas más bien de tipo cinematográfico que político.
El intríngulis está en entrever cómo desde una etapa desilusionada, Ortega y Gasset dixit, se podrá avanzar hacia una revolución total. Seguramente no será algo que dependa de la voluntad pero sí de la intencionalidad. Guirnaldas y laureles para quien describa con precisión la diferencia entre una y otra. Y más premios aun para quien deje todo voluntarismo para desplegar toda intencionalidad.
Eddie Kropotkin"