viernes, 23 de noviembre de 2012

La revolución


En 1996, tangencialmente inspirado en el Paisaje Humano, de Silo, me dediqué a desarrollar algunos tópicos que me parecieron de interés y que no encontré mencionados en dicha obra. Es más, su instigación a desarrollar cuestiones por los propios medios me envalentonó y así abordé temas tales como la del cuarto poder, la razón, la ecología y algunos otros, tal como la revolución que motiva esta entrada.

Es claro que no pude dejar de transformar el tema en una cuestión liviana matizada por un trasfondo entre zumbón y campechano. 

Para algunas personas es cuestionable que se traten con un talante tan confianzudo tópicos tan serios, por lo que tienden a encasillar este tipo de escritos en el rincón de las tonterías o de las humoradas de dudoso gusto. Sobre gustos hay mucho escrito pero nada que pueda considerarse definitivo o que uno diga "¡acá está, esto es!", por lo que considero refutada esta objeción.

Otros señalan que no se puede resumir en pocos párrafos desarrollos de altísima complejidad histórica y que todavía son objeto de controversia cultural y política. Estimo que no les falta razón pero en mi descargo considero que la falta de ganas es un argumento bastante sólido para justificar porqué no se han encarado las cosas de otro modo.

Por último, aunque hay una lista mayor de objeciones a las que no pienso darles prensa, algunos censuran el hecho definido como "hablar como si se supiera", que creen adivinar en estos escritos. Por una parte creo que eso está encuadrado en lo de "zumbón y campechano", pero si una porción no cupiera ahí, recuerdo que muchos son los que se expresan así. Y siendo las cosas de esta manera, ¿por qué habrían de discriminarme justo a mí, que soy yo?

Bien, despejada la turba de objetores, lo que sigue está destinado a los fieles lectores que, sin ninguna forma de crítica, simplemente se dedican a apreciar estos desarrollos, como claramente puede advertirse en los comentarios a las entradas donde no se registra una sola crítica, objeción, malestar o bostezo.

"La revolución

Durante los siglos XVIII y XIX se produjeron, al menos en lo que conocemos hoy como occidente, un montón de revoluciones.

Para que esto suceda se dieron una serie de factores coincidentes, pero fundamentalmente el hecho de que la riqueza adquirida (mal habida, por supuesto) durante toda la época de los descubrimientos y las colonizaciones terminara por formar una cantidad bastante importante de comerciantes e industriales prósperos. Estos vieron que alimentaban los estómagos y los caprichos de una casta que estaba totalmente al cohete y poco a poco comenzaron a acariciar un deseo bastante intenso de sacársela de encima.

Hubieron también ciertos factores subjetivos que los mismos implicados siquiera se atrevían a formular. Entre ellos el hecho de que, internamente, ya se habían pasado a degüello al famoso “derecho divino” que había fundamentado durante siglos la existencia de la realeza y de todos los zánganos que rodeaban el fenómeno.

Además, la prosperidad material proporcionaba satisfacciones que la espiritualidad prometía pero no cumplía, por lo que nuevos dioses se perfilaban en el firmamento.

Cuando estos señores se vieron libres de tanto rey y pavada semejante, o cuando los dejaron reducidos a figuritas decorativas, se dedicaron con mayor intensidad y entusiasmo a sus actividades preferidas, comerciar, producir, esquilmar y ganar mucho dinero.

Para todo esto sacaron a la gente del campo y se la llevaron a la ciudad donde tenían sus fábricas y comercios. Como ellos eran los nuevos amos, pusieron las condiciones que se les cantó. Y así como fueron puntillosos en reclamar y defender sus propios derechos, también fueron exhaustivos en minimizar los de aquellos que servían de fuerza de trabajo en sus emprendimientos.

Claro, todo esto no fue aceptado con beneplácito por los implicados y, muchas veces inspirados por gente que no trabajaba pero pensaba mucho, empezaron a protestar y a querer armar revueltas, despelotes y revoluciones.

Todo esto no prosperó mayormente en lo inmediato, pero palmo a palmo se fueron ganando derechos, se fueron armando sindicatos, mutuales, partidos que defendían y representaban a los trabajadores y que se planteaban dialécticamente, como les gustaba a ellos, frente a la burguesía, como llamaban a los otros.

Esto no fue tan rápido como lo estamos contando ni tan tranquilo como se podría deducir del tono que estamos utilizando, pero bueno, no estamos intentando un revival ni una descripción que quite el sueño a la gente impresionable.

Todo este proceso se sintetizó en la revolución rusa del año 1917. Habíamos comenzado por una dictadura de la nobleza por derecho divino, pasamos a una dictadura de la burguesía por derecho monetario y ahora estábamos en una dictadura del proletariado porque nos manoteamos el poder y así lo decidimos.

Claro, las cosas fueron así en términos generales porque, en realidad se pasó de la Rusia casi feudal a la Unión Soviética comunista, sin mayor lógica histórica. Pero no viene al caso, la historia, si es lógica, lo es a su manera y no a la manera del capricho de cualquier nene de mamá que se crea el non plus ultra del pensamiento universal. Así que así las cosas.

El surgimiento de la Unión Soviética no fue bien tomado por la susodicha burguesía que poseía el resto de los países que existían, por lo que la contra que tuvo esta primera experiencia socialista fue bastante intensa.

La segunda guerra mundial, una disputa entre pistoleros del mismo bando, distrajo la atención sobre este tema. Ya parecía que los soviéticos se iban a ver aparte del asunto cuando a Hitler, por un mal movimiento que efectuó mientras esquiaba en los Alpes austríacos, se le desplazó el vidrio que tenía enquistado en el cerebro y decidió correr la misma suerte que antes había sufrido los caballeros teutónicos, decidió invadir Rusia. Como era verano y hacía un tiempo que no existían ni la monarquía ni Alejandro Nevski ya no corrían el peligro de naufragar en el lago Neva. El plan era perfecto, como corresponde a la capacidad planificadora prusiana que no deja detalle librado al azar.

El tercer reich contaba con un ejercito bastante rabioso y peleador, con una industria bélica chocha con las ganancias y con suficiente hierro y carbón como para construir diez tanques para reemplazar a cinco perdidos en batalla. Además los militares nazis habían elaborado unas tácticas de guerra bastante novedosas que dejaban en ridículo a generales gordos formados en la guerra de trincheras.

Lo que estos prusianos no elaboraban (más en sentido psicoanalítico que industrial) era la fuerte vocación por el desastre que los animaba, embozada en una soberbia que no se entendía bien a qué venía.

Esta soberbia los llevó a confundir mapas con territorios y se lanzaron a la conquista del monstruo en un tiempo máximo de, según sus cálculos, tres meses. Estos cálculos fallaron y todavía andan por ahí preguntándose en qué se equivocaron o diciéndose a sí mismos: ¡Si no hubiésemos invadido Rusia!.

Pero bueno, lo hecho, hecho está. Allí se quedaron empantanados no sé cuanto tiempo y el frente oriental, como lo llamaban, se los fue devorando de a poco hasta que se les cayó el walhalla en la cabeza.

Después de estos episodios lamentables, el mundo conocido quedó dividido en dos bloques. Uno de ellos bastante monolítico, aparentemente, y el otro con muchas contradicciones internas.

En este último, inspirada por no se qué e instigada por el otro bloque, comenzó a darse una correntada revolucionarista, especialmente a partir de la década del ´60 y fundamentalmente nutrida por las nuevas generaciones.

Empezó una época desigual en sus producciones y confusa en sus objetivos, en la que la palabra revolución fue moneda corriente y donde el que no era revolucionario no ligaba una mina ni por joda.

Todo esto fue tomado muy en serio por la burguesía llevada al abstracto por un poderío económico como nunca antes se había visto en la historia (hasta después) y merced a ello comenzó una represión acorde.

La primera etapa de ese revolucionarismo fue casi festiva, pero cuando la respuesta comenzó a ser más brutal y despiadada, la cosa se tiño de negro. El romanticismo inicial cedió ante necesidades más de tipo militar y éstas a su vez cedieron ante la necesidad de salvar el pellejo.

Entrados ya en la década del ´80 fue más o menos evidente que los ímpetus revolucionaristas habían perdido terreno, que si hubo una guerra fue ganada por el bando enemigo y que había que batirse en retirada, cosa que las nuevas generaciones hicieron en masa sin necesidad de consigna alguna que las animara.

Así, el día que se derrumbó el muro de Berlín, sus trozos de concreto terminaron por sepultar las ideologías que, de acuerdo a ciertos análisis, ya estaban muertas hacía un rato, y pudo decretarse sin mucha pompa el fin de la historia.

Hoy en día nadie piensa en hacer ninguna revolución. El imperio se ha extendido por doquier contemplando su extensión con soberbia ganadora. Los derechos que demoraron siglos en conquistarse se desmontan con un plumazo, tomándose solamente algunos recaudos policiales por si hubiera alguna revuelta. Los antiguos revolucionarios oscilan entre sus necesidad de tener alguna obra social y sus estudios referentes a si la derrota de la Unión Soviética se dio en el campo político o en el económico. A nadie le quedan dudas de que el capitalismo ha ganado ampliamente y a lo sumo lloriquean para que se digne ser un poquitito más humano. Alguno que otro dedica sus esfuerzos a la moralización de la administración pública, denunciando la corrupción de algún funcionario de segunda carente de doctorado en Harvard.

Los sindicatos debilitados por el crecimiento de la desocupación ocupan sus ocios en hacer silencio para que no terminen de hacerlos pelota.

Los pensadores se pasaron en masa al postmodernismo y a cualquier forma de cinismo que sobrevuele la zona con tal de publicar algo a la moda, como para seguir puchereando.

El arte, otrora comprometido, se ha transformado en un altar al ombligo de un chabón pretensioso y aburrido. Podemos decir que, sin mucho margen para la duda, ya no existe el arte, lo que existen son tipos disfrazados de algo. ¿Qué cómo puede ser esto?. No se, pero es así.

Ahora ya todos son neoliberales. Justo ahora que en el frente neoliberal cunde el pesimismo y se aproxima el desbande. Se esperaba que los bonos basura, las manganetas con deudas externas, los ataques a monedas y las diversas fórmulas para sacarle el jugo a la gilada dieran fantásticas ganancias pero no que patearan el tablero.

El tablero no se cayó, tampoco está firme, se está cayendo. Parafraseando al demente de los grandes bigotes: Nadie se enteró que el dinero ha muerto. Es porque su muerte todavía está ocurriendo.

La gente, generalizando excesivamente, está bastante boleada. Anda de acá para allá con un dolor que le parte la cabeza, ocupada como está entre estar repodrida de todo y tratar de sostener este sistema que ojalá se caiga, pero no todavía.

Miles de millones de personas forman una inmensidad de subjetividades ignoradas. Ignoradas entre ellas y por aquellos que están en el centro de la escena. ¿Adonde va cada una de ellas?. Quién lo sabe. Ya nadie señala un rumbo, los valores, todo el mundo sabe, no valen el metal en que están acuñados. El silencio campea. Estos miles de millones están marginados, ahora o en el futuro, están marginados de todo proyecto, de toda transformación, de toda superación. Todo el tiempo es hoy y mañana andá a saber.

Cada uno de ellos siente y sabe que, un poquito cada día, está perdiendo la razón, la cordura y otros atributos de contención. Tal vez ninguno sepa qué es lo que está tolerando, pero cada uno sabe que eso le está resultando cada día más intolerable.

En el gran caldero aumenta la temperatura. Una pizca más de esto, una pizca más de aquello y pronto estará a punto.

Ya llegará el momento en que nos libremos de tanto liberalismo, sea neo o no, y todo el mundo empiece a ser puesto en filas ordenaditas a punta de sopapo. No hay que ser impaciente, todo llega, y una historia mecánica tiende a proceder en sus mecanismos con una disciplina y una obediencia que te dejan pasmado.

Claro está, si es que no sucede alguna otra cosa que reviente las reglas de cálculo, ábacos, calculadoras y otros artificios de cómputo.

Pero hay buenas noticias para los les gusta el tema de las condiciones, están todas dadas para que se produzca una verdadera revolución. Aunque nunca falta el que, cuando imagina condiciones revolucionarias, piensa en otra cosa, algo así como banderas al viento y todo el poder a los soviets. Pero estas son cosas más bien de tipo cinematográfico que político.

El intríngulis está en entrever cómo desde una etapa desilusionada, Ortega y Gasset dixit, se podrá avanzar hacia una revolución total. Seguramente no será algo que dependa de la voluntad pero sí de la intencionalidad. Guirnaldas y laureles para quien describa con precisión la diferencia entre una y otra. Y más premios aun para quien deje todo voluntarismo para desplegar toda intencionalidad.

Eddie Kropotkin"


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