lunes, 8 de junio de 2009

Ojos en la oscuridad

Desde que lo conocí me cayó mal y esa primera impresión nunca tuvo remedio. Es claro que, posteriormente, encontré muchas razones que justificaran tanto disgusto.

Primero pensé que se debía a su extraordinaria capacidad para modular el idioma inglés, rayana en lo desopilante, pero no me pareció razón suficiente como para detestar a nadie. Aunque nunca se sabe.

Otra vez me dije que sus gimoteos por la situación de jubilados a los cuáles él les quitaba el ingreso, se parecían mucho a los lamentos del torturador por sus torturados, fenómeno artísticamente expresado por Chico Buarque de Hollanda en su canción "Fado tropical".

Finalmente concluí que se trataba sencillamente de un rechazo de índole ideológica: el hombre es una rata, un cipayo sin concesiones, un malvado sin escrúpulos, un opresor de alma, y otros conceptos similares.

Debo reconocer que por algunos instantes este último fundamento me convenció, pero luego de pasado el entusiasmo inicial, rápidamente la duda ocupó su lugar.

Un cierto día, inesperadamente, mientras entretenía un viaje en colectivo viendo pasar mis propias imágenes mentales sobreimpresas a la realidad circundante, volví sobre mí y en un breve silencio comprendí: "No me gustan sus ojos". Y luego recordé porqué. Esto quedó plasmado en un breve relato que transcribo inmediatamente.

"Ojos en la oscuridad

Cuando era niño jugaba a ... No ese es otro cuento.

Cuando era niño tenía un muñeco que me observaba de modo inquietante. Lo hacia por las noches, aprovechando las escasas luces que se filtraban por la ventana.

Yo no tenía más remedio que cerrar los ojos y cubrirme del mejor modo posible; sabia actitud que se basa en el conocimiento de que todo es mental y que por lo tanto, cerrando algunos accesos a la mente, todo podría encaminarse de una mejor manera y, además, ojos que no ven, corazón que no siente. Y corazón que no siente, no siente. Algunas personas se olvidan de esta impronta, pero la mayoría, afortunadamente, no sólo la conserva sino que la fortalece.

La actitud de este muñeco me resultaba altamente sospechosa. ¿Quién sabe qué se escondería detrás de semejante parsimonia, de tanta calma calculada?

Lo curioso es que de día parecía un buen muñeco, y ante la presencia de adultos era la imagen de la inocencia. Lo cual terminaba por enloquecerme.

Mis padres, irresponsables y distraídos como sólo los padres pueden serlo, creían que era mi juguete favorito.

En cuanto a mí, la única consecuencia que he notado de tan horrorosas experiencias es cierta aversión hacia ministros de economía de ojos glaucos y vidriosos."

Cirenaico Cuzcuz

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