sábado, 6 de junio de 2009

Profecía proferida en 1997

A raíz de la crisis financiera de los tigres de la Malasia, no confundir con Sandokan y Yañez, allá por 1997 se me ocurrió un pequeño opúsculo cuyos acordes podrían resonar parecidos, salvando una cuestión de magnitudes, a los de la debacle financiera mundial actual.

En realidad, cualquier observador desinteresado, especie más rara que el ornitorrinco, hubiera reparado en el hecho de que, basadas en los mismos fenómenos de burbuja, varias geografías financieras habían saltado por el aire. Y estos estallidos se sucedían con mayor frecuencia.

Los gurúes, que tanto afecto les tienen a los matemáticos que les inventan toda clase de misteriosos productos financieros, no se animaron a proyectar una curva que delatará dónde y a que hora iba a estallar la madre de todas las crisis. ¡Es que la ruleta rusa pierde su encanto si se sabe dónde está la bala!

Tomo el recaudo de aclarar que cuando escribí aquel texto, bastante anticipatorio, no tenía la menor idea acerca de qué estaba hablando. Podría decir, si no fuera por el clima de normalidad imperante en su momento, que fue algo casi mediumnímico, un fenómeno de escritura automática, profético, una inmersión en la corriente íntima del tiempo y otras exageraciones por el estilo, pero no lo haré en orden a la moderación y el buen tono.

"Fin de ciclo o el pecado de los capitales

Los pecados capitales son la hostia de las hostias, el nuevo paradigma prometedor de paraísos ¡ya!.

Se han transformado en virtudes o algo mucho mejor. Contienen diversión, vitalidad, fuerza, lucro y alguna que otra sensación imprecisa pero adrenalínica al fin.

¿Quién quiere virtudes cardinales o de otras características, que además de ser menos son aburridas?

¿Qué mejor que una buena avaricia matizada con momentos de ira, sazonada por una envidia malsana, distendida en los momentos de ocio por una lujuria espasmódica o una gula truculenta, todo salpimentado con unos elegantes toques de soberbia ganadora?

La vieja religión vuelve rediviva, fortalecida por nuevos y entusiastas seguidores. La enjundia posesiva reclama honores sea por la fuerza, la razón, el derecho, el designio divino o el monumental edificio de la superchería devenida en ciencia (por si hubiera que justificar, que no parece).

Pero extraños signos (¿matemáticos?), perfilan tiempos de bajamar, jornadas de sangre, sudor, lágrimas y computadoras en colapso.

La histeria bizquea en las sombras esperando su momento y los temblores de sus labios no anuncian nada bueno. Febo asoma con su cabellera vehemente arrebolando a los vientos cósmicos y tanta globalización aturde hasta el desquicio.

El sumo sacerdote de la Reserva Federal habló tres veces esta semana. Se percibe entre los acólitos, devotos, prosélitos y variados chupamedias, un fuerte alboroto, un cuchicheo alarmado.

Hay preocupación, se advierten signos en el bajo horizonte, signos amenazantes.

La fiesta se termina, la larga juerga irresponsable promete una resaca monstruosa. Calavera no chilla.

¿Y qué si la estantería multidimensional se viene abajo y aplasta un buen número de cabecitas bidimensionales, mononeuronales, dicotiledóneas y dextrógiras? ¿Qué?

La gran preocupación es la mas grande ocupación de los momentos de ocio. Y también de los momentos de trabajo. Y de cualquier otro momento.

Habrá un momento en que todo esto se termine y, por fin, podamos comenzar. Es que a veces la impaciencia me mata, me asesina.

Es difícil describir en pasos secuenciales una trama interconectada e interdependiente. No hay inicios, no hay causas, no hay efectos. Hay fenómenos que surgen aquí, por influencia de allá y pagan el pato en Culdumonde, y los culdumondinos dicen: ¿Y nosotros que tenemos que ver?. Nada, pero paguen. Porque eso sí, pagar hay que pagar. Los que conocen la esencia de las cosas saben que allí está, esa es, la esencia de las cosas. Si quieres disfrutar de la net...

El sumo sacerdote de la Reserva Federal, de vez en cuando despierta y con su dedo admonitor avisa, “no jodan tanto”. Y todos bajan la susodicha cabecita y dicen, “hemos de ser responsable, un mundo, lucrativo, depende de nosotros”. Pero inmediatamente después, desde adentro, desde la más intensa víscera, les surge un vórtice, un arrebato de fuego, un má-sí-que-te-cure-mongo, y a otra cosa mariposa.

El sumo sacerdote dormita nuevamente, y un eco de derrumbes acompaña su sueño intranquilo.

La gran burbuja especulativa que envuelve al universo adelgaza sus paredes temblorosas y en cualquier momento ¡Armagedón! Y a tirarse todos desde el piso noventa y tres."

Segismundo Dickens

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