miércoles, 10 de junio de 2009

Me fui muy de madrugada

Quien cuando niño no haya sido obligado a levantarse de madrugada para ir al colegio, no entenderá cabalmente el relato que mostraré al final de este introito.

Las madrugadas, y sus rigores, son compartidas por gente tan disímil como obreros, peones de campo, púberes en edad escolar y, principalmente, personas enfermas que deben pernoctar en fríos hospitales durante toda la noche para lograr ser atendidos alrededor del mediodía.

No quiero irme por las ramas, pero es sabido que por la tarde la mayoría de los médicos que hacen un poco de carrera, atienden en clínicas donde los ingresos, más o menos, son un poco mejores y donde la clientela no es muy paciente.

Dado lo anterior no queda más remedio que quien quiera ser atendido en el hospital público se las ingenie para montar un pequeño campamento y esperar, esperar abundantemente.

En fin, no era el propósito de este asunto salir en defensa de los débiles, marginados y similares, sino más bien crear el ambiente apto para la mejor recepción del siguiente relato o, más que relato, instantánea impresionista:

"Madrugada fría

Salimos temprano, de modo de no ser advertidos, aunque a tal fin hubiera sido mejor salir alrededor del mediodía. Hubiéramos evitado el ladrido de los perros y los oídos de las viejas. Pero ya estábamos en marcha, en ese momento en que la bruma se moviliza anunciando la madrugada y un algo difuso dice que se acaba la noche, aunque es noche y es silencio.

Los pasos ahogados se sentían sorprendidos por alguna que otra rama quebrada por pisadas descuidadas. Seguía un silencio atento y luego un andar irregular entre titubeante y apurado. No nos mirábamos, como tratando cada uno de concentrar su propósito en algún lugar entre estar dentro y estar fuera.

A medida que nos acercábamos al camino, el día se iba definiendo y la noche, definitivamente, se volvía sobre sí hasta refugiarse, como una débil oscuridad, en los límites del horizonte.

Un filo de frío cortaba el aire y penetraba impunemente por entre los intersticios de las ropas, no del todo preparadas para enfrentarlo.

Paramos al borde del camino, moviendo las piernas en una especie de danza mecánica, un golpeteo sobre el suelo, un intento de encantar el frío matutino para distraerlo de nuestros cuerpos. Nuestro aliento casi rítmico, llenaba el aire frente a nuestros ojos con vapores de enormes maquinarias.

Alguien dijo algo, pero no hubo respuesta, el sueño aún tejía su telaraña laboriosa y los pensamientos forcejeaban sin ganas entre retazos de divagaciones leves. "

Arquímedes Barquisimeto

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